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Hugo Roca  / Carolina Castañeda / VER Créditos

La onírica Asturias Méxicana

Una amazing sobre migración, ilusiones y música

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I . I

Mamá, hoy sí nos matan.

La guerra civil española estalló en Llanes, Asturias, cuando Dolores tenía 12 años. Manu, un primo segundo con el que bailaba valses, le dio su primer beso en El Sablón, playa de arena casi blanca. Dolores tenía un deseo vago de ser cantante de ópera.

Cuando hacía bufandas bajo la supervisión de su abuela canturreaba arias de “La Traviata”. Era afinada y tenía facilidad para el sobreagudo.

La guerra le quitó las clases de canto y la posibilidad de ir a la escuela. Pasaba los días tejiendo, escuchando la radio y yendo a comprar pan. Debía estar pendiente del cielo. Alerta de bombas y aviones.

Lista para correr al refugio subterráneo. En el refugio, podía pasar tres o cuatro días. Leía novelas románticas. Nadie mencionaba a los muertos. Cada lamento se dirigía hacia cosas cotidianas, como lo triste que sería que ese año se perdiera la cosecha de cerezas.

La guerra civil española estalló en Llanes, Asturias, cuando Dolores tenía 12 años. Manu, un primo segundo con el que bailaba valses, le dio su primer beso en El Sablón, playa de arena casi blanca. Dolores tenía un deseo vago de ser cantante de ópera. Cuando hacía bufandas bajo la supervisión de su abuela canturreaba arias de “La Traviata”. Era afinada y tenía facilidad para el sobreagudo. La guerra le quitó las clases de canto y la posibilidad de ir a la escuela. Pasaba los días tejiendo, escuchando la radio y yendo a comprar pan. Debía estar pendiente del cielo. Alerta de bombas y aviones. Lista para correr al refugio subterráneo. En el refugio, podía pasar tres o cuatro días. Leía novelas románticas. Nadie mencionaba a los muertos. Cada lamento se dirigía hacia cosas cotidianas, como lo triste que sería que ese año se perdiera la cosecha de cerezas. 

En 1938 los republicanos, ante la falta de soldados, reclutaron adolescentes. Manu, que entonces tenía 17, fue a la guerra. No sabía disparar una escopeta. En Llanes, a las seis y media, las campanas de la iglesia daban el toque de queda. Cualquier persona sin uniforme que saliera a las calles corría el riesgo de ser asesinada. Dolores no entendía nada sobre bandos, ideología, ambición, injusticia, leyes o estrategia. Su existencia se retrajo a estímulos sensuales: a todo aquello que podía sentir. Se aferró, por ejemplo, a los sonidos de la noche: Pasos furtivos, cañonazos, ladridos  de hambre y barcos cortando agua. Fue a través de los sonidos que su alma, poco a poco, entendió la brutal realidad de sangre, odio, persecución y barbarie que la rodeaba. Veía los aviones volar tan cerca de su ventana que sentía que si sacaba la mano podría tocar un ala. A veces las bombas explotaban a metros de la casa y entonces bajaba a la cocina con un grito mudo: “mamá, hoy sí nos matan”. 

A veces las bombas explotaban a metros de la casa y entonces bajaba a la cocina con un grito mudo: “mamá, hoy sí nos matan”.

Pero la guerra terminó y Manu regresó convertido en hombre. 19 años. Espalda ancha. Y una incipiente pelusa marrón le cubría barbilla, carrillos y bozo. Contaba sus historias de guerra con mirada fría y pocas palabras. Dijo que lo capturaron los falangistas en la frontera con Cantabria. Que le dijeron “¡ahora tira por Franco o te matamos!”. Que aprendió a usar el rifle porque, para comer, no tenía de otra más que dispararle a un gato y asarlo. Todos en la familia dejaron de llamarlo “Manu”. La guerra lo convirtió en Manolo.  
El negocio familiar eran los libros. Una editorial variopinta que Luis, el abuelo de Manolo, había fundado en Llanes a finales del siglo XIX. Publicaba desde novelas de Tolstoi hasta una monografía sobre ortigas. Manolo entró a la editorial. Tomaba las órdenes. Era un trabajador infatigable. Serio, persistente y responsable. Ascendió con rapidez. Hacia 1941 ya era el administrador general.   
Dolores se volvió arisca durante los primeros años de la posguerra, que coincidieron con su adolescencia. Atendía la sección de ropa femenina en una tienda departamental. Pasaba los días doblando blusas y mostrando faldas. Por las tardes se encerraba en su cuarto. Con sus padres era gélida y monosilábica. De vez en cuando tejía: Bufandas, calcetines, suéteres y fundas para almohadas. Dejó la música. Ni siquiera tarareaba. Inmersa en sí misma, olvidada de las canciones,

La guerra lo convirtió en Manolo.

Mamá, hoy sí nos matan

Todos en la familia dejaron de llamarlo “Manu”. La guerra lo convirtió en Manolo.

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I.I

Mamá, hoy sí nos matan.

La guerra civil española estalló en Llanes, Asturias, cuando Dolores tenía 12 años. Manu, un primo segundo con el que bailaba valses, le dio su primer beso en El Sablón, playa de arena casi blanca. Dolores tenía un deseo vago de ser cantante de ópera. Cuando hacía bufandas bajo la supervisión de su abuela canturreaba arias de “La Traviata”. Era afinada y tenía facilidad para el sobreagudo. La guerra le quitó las clases de canto y la posibilidad de ir a la escuela. Pasaba los días tejiendo, escuchando la radio y yendo a comprar pan. Debía estar pendiente del cielo. Alerta de bombas y aviones. Lista para correr al refugio subterráneo. En el refugio, podía pasar tres o cuatro días. Leía novelas románticas. Nadie mencionaba a los muertos. Cada lamento se dirigía hacia cosas cotidianas, como lo triste que sería que ese año se perdiera la cosecha de cerezas.

La guerra civil española estalló en Llanes, Asturias, cuando Dolores tenía 12 años. Manu, un primo segundo con el que bailaba valses, le dio su primer beso en El Sablón, playa de arena casi blanca. Dolores tenía un deseo vago de ser cantante de ópera. Cuando hacía bufandas bajo la supervisión de su abuela canturreaba arias de “La Traviata”. Era afinada y tenía facilidad para el sobreagudo. La guerra le quitó las clases de canto y la posibilidad de ir a la escuela. Pasaba los días tejiendo, escuchando la radio y yendo a comprar pan. Debía estar pendiente del cielo. Alerta de bombas y aviones. Lista para correr al refugio subterráneo. En el refugio, podía pasar tres o cuatro días. Leía novelas románticas. Nadie mencionaba a los muertos. Cada lamento se dirigía hacia cosas cotidianas, como lo triste que sería que ese año se perdiera la cosecha de cerezas. 

En 1938 los republicanos, ante la falta de soldados, reclutaron adolescentes. Manu, que entonces tenía 17, fue a la guerra. No sabía disparar una escopeta. En Llanes, a las seis y media, las campanas de la iglesia daban el toque de queda. Cualquier persona sin uniforme que saliera a las calles corría el riesgo de ser asesinada. Dolores no entendía nada sobre bandos, ideología, ambición, injusticia, leyes o estrategia. Su existencia se retrajo a estímulos sensuales: a todo aquello que podía sentir. Se aferró, por ejemplo, a los sonidos de la noche: Pasos furtivos, cañonazos, ladridos  de hambre y barcos cortando agua. Fue a través de los sonidos que su alma, poco a poco, entendió la brutal realidad de sangre, odio, persecución y barbarie que la rodeaba. Veía los aviones volar tan cerca de su ventana que sentía que si sacaba la mano podría tocar un ala. A veces las bombas explotaban a metros de la casa y entonces bajaba a la cocina con un grito mudo: “mamá, hoy sí nos matan”. 

Pero la guerra terminó y Manu regresó convertido en hombre. 19 años. Espalda ancha. Y una incipiente pelusa marrón le cubría barbilla, carrillos y bozo. Contaba sus historias de guerra con mirada fría y pocas palabras. Dijo que lo capturaron los falangistas en la frontera con Cantabria. Que le dijeron “¡ahora tira por Franco o te matamos!”. Que aprendió a usar el rifle porque, para comer, no tenía de otra más que dispararle a un gato y asarlo. Todos en la familia dejaron de llamarlo “Manu”. La guerra lo convirtió en Manolo.  El negocio familiar eran los libros. Una editorial variopinta que Luis, el abuelo de Manolo, había fundado en Llanes a finales del siglo XIX. Publicaba desde novelas de Tolstoi hasta una monografía sobre ortigas. Manolo entró a la editorial. Tomaba las órdenes. Era un trabajador infatigable. Serio, persistente y responsable. Ascendió con rapidez. Hacia 1941 ya era el administrador general.

Dolores se volvió arisca durante los primeros años de la posguerra, que coincidieron con su adolescencia. Atendía la sección de ropa femenina en una tienda departamental. Pasaba los días doblando blusas y mostrando faldas. Por las tardes se encerraba en su cuarto. Con sus padres era gélida y monosilábica. De vez en cuando tejía: Bufandas, calcetines, suéteres y fundas para almohadas. Dejó la música. Ni siquiera tarareaba. Inmersa en sí misma, olvidada de las canciones, se le fueron los 15, 16 y 17 años. A los 18, en 1942, se operó en ella un cambio notorio. Escondía cartas bajo el colchón de su cama. Se sonrojaba y, sola, le sonreía a la nada.
El secreto de Dolores era Manolo. Él la cortejaba. Ella intentó decir no, pero su cuerpo tendía hacia ese joven con una fuerza irrefrenable. Dejó de resistirse. El corazón se le llenó de ilusiones. Temía un escándalo. Su mamá intuyó lo que sentía y habló con ella. Le dijo que su parentesco sanguíneo con Manolo era de segundo grado. Que si querían estar juntos, nada debía preocuparlos.

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